Era la década de los noventas. Internet aún no era el monstruo omnipresente que es hoy, siendo una curiosidad tecnológica en la que la posibilidad de pedir una pizza a tu domicilio o vigilar una cafetera desde un cuarto contiguo eran aplicaciones interesantes aunque un tanto superfluas. Era la década de los generation-Xers, del advenimiento de las dot-coms, y de las promesas de un mundo sin barreras. Y en este espíritu de libertad, los modernos rebeldes de la informática de mi pequeña universidad del sur de Texas defendían con pasión dos ideas: el uso de software libre, y la difusión del código abierto. Recuerdo un póster pegado en la sala de estudiantes: “In a world without borders, who needs Gates?” (en un mundo sin fronteras, ¿quién necesita Puertas?), en clara alusión al gigante de software.
Los defensores del software libre citaban las claras ventajas sobre el software comercial: el software libre era desarrollado por practicantes para practicantes, resultando así altamente flexible comparado con su contraparte comercial, orientada a un mercado genérico. Además, el usuario no tenía que pagar los costos de mercadotecnia, distribución y desarrollo del software comercial. De hecho, con una conexión a Internet, ni siquiera era necesario pagar por un medio físico de distribución. Del mismo modo, el código abierto era también una gran bendición: uno podía contar con el misterioso grupo de expertos que, desde todos los confines del mundo, modificaba y optimizaba el código. No había licencias que pagar, y se tenía la confianza de que el software podría ser modificado según las necesidades particulares. Expertos programadores, bajos costos y adaptabilidad, el universo del software libre era muy atractivo para los modernos rebeldes, que configuraban sus computadoras con el sistema operativo Linux, el editor de texto eMacs, el ambiente de oficina StarOffice y el ambiente gráfico X. El proyecto Gnome de ambiente gráfico tuvo mucho éxito y publicidad en aquel tiempo.
Hace cinco años que dejé el ambiente universitario, y muchas cosas han pasado. Los generation-Xers son ahora empresarios o empleados de las empresas que atacaban, el tiempo de las dot-com pasó y los pocos sobrevivientes aún enfrentan un mercado incierto, y hoy escribo esta columna en el procesador de texto de la empresa de las ventanitas. Y en particular, mi encuentro con el software libre fue, por decirlo de algún modo, interesante. Si bien es cierto que me maravillé con el poder incontenible de Linux, también es cierto que pasé largas noches en el laboratorio de robótica intentando configurar el manejador del puerto serial. Ninguno de los libros a mi disposición fue de mucha utilidad y, finalmente, un jovencito de quince años configuró el puerto por mí. Por supuesto, la explicación que me dio fue incomprensible para mí, y su mirada condescendiente no hizo nada por reconfortarme.
Pueden ver en mi texto, estimados lectores, que ya no soy un moderno rebelde. He aprendido a apreciar las ventajas y desventajas del software libre. Si bien es cierto que existe un sistema operativo gratuito, también lo es que se requiere contratar los servicios del experto que se hará cargo de su administración (quizá el muchacho de mirada condescendiente, que ahora se dedica a la administración de sistemas). Si bien es cierto que existe una fuerte comunidad de desarrolladores de software libre, también lo es que esa apertura puede exponer a los usuarios a ataques cibernéticos con mayor facilidad. Debo aceptar que a veces resulta reconfortante saber que existe una compañía establecida que puede ofrecer niveles de servicio o soporte continuo para mis aplicaciones.
Sin embargo, aún veo un nicho claro para el software libre. Y no es como alternativa barata de mercado, sino como alternativa tecnológica. Por todas esas funciones e innovaciones de las que lo ha dotado su grupo de creadores. Y esa es otra misión de este tipo de software: el promover la innovación y el avance del software. Pienso que el software libre tiene mucho que dar. Y es con satisfacción y nostalgia que veo a una nueva generación de modernos rebeldes pasar por mis aulas, la generación que espero escribirá las aplicaciones de los años venideros.
Acerca del autor
El Dr. Raúl A. Trejo es profesor investigador del Departamento de Sistemas de Información en el Tec de Monterrey, Campus Estado de México. Sus áreas de especialidad incluyen Ingeniería de Software, Representación del Conocimiento y Algoritmos Computacionales. El Dr. Trejo gusta de participar en proyectos que involucren el trabajo cercano con estudiantes, como el Proyecto Principia de Integración Curricular del Campus Estado de México, o el Concurso FIRST de Robótica de la NASA. El Dr. Trejo ha presentado ponencias en conferencias como Americas Conference on Information Systems, el Internacional Symposium on Scientific Computing, Computer Arithmetic and Validated Numerics y publicado artículos en la revista Artificial Intelligence. Es miembro fundador de la Asociación de Sistemas de Información de América Latina y el Caribe.
- Log in to post comments